© Frederik Sorensen via Pexels
ESD MAGAZINE
Por: Laura Solla
Spoiler: Alicia Keys tenía razón.
El reloj marcaba las 8:00am cuando me embarcaba en un vuelo rumbo a Nueva York. Nunca había estado en la Gran Manzana (aunque habiendo visto Sex And The Cityun mínimo de 8 veces, bien podría pasar por neoyorquina), y mucho menos me había montado en un taxi amarillo -una de esas pequeñas cosas que le hacen ilusión a una- dirección New York Fashion Week. Por delante me esperaban 52 horas de moda, tés chai con leche de almendras de Starbucks y una buena contractura en el cuello por llenarme la vista de rascacielos y gigantes pantallas led. Eso sí, con perdón de Carrie Bradshaw, yo no lo hacía llevando puestos unos Manolos de 12 centímetros.
Pero en fin, para seguir con esta poco habitual crónica, continuaré cronológicamente. A las 13:00pm horario de la Costa Este aterrizaba en JFK. Allí, hasta al menos observador de los mortales le habría llamado la atención el trasiego de tan diversa marabunta de pasajeros: algunos perdidos, ojeando sin entender demasiado las flechas y carteles que indicaban sin éxito la salida, otros, con mucho menos equipaje y seguramente mucha más prisa, caminaban decididos sin levantar la vista de su último IPhone. Y entre medias yo, siguiendo a unos y a otros, un poco a medio camino entre una turista al uso y alguien a quien todo, de tanto que lo había soñado, le resultaba familiar.
En medio de este dejavú y casi por inercia llegué a mi hotel en Central Park, solté mis dos maletas de cabina (una, a rebosar, la otra, vacía por si en mi planning tuviese cabida una fructífera e inesperada tarde de shopping), y me dediqué a recorrer la ciudad disfrutando de su característico street style . Porque cuando pones un pie en Nueva York, sabes que no podrías confundirla con ninguna otra ciudad del mundo; solo allí las modelos están en su hábitat natural, los diseñadores caminan por la Quinta como si no quiere la cosa, y los lujosos escaparates de las firmas más prestigiosas del mundo se entremezclan con abarrotadas tiendas de souvenirs anunciadas con letreros de ‘I Love NY’.
Y así pasó la tarde entre moda y cafés, y llegó la hora de dormir en la ciudad que nunca duerme. Ya por la mañana -habiendo sobrevivido al jet lag- me propuse ponerme manos a la obra con todas las tendencias que había avistado el día anterior. La primera misión fue encontrar unas gafas de sol que ocultasen un poco mis ojeras, y la cumplí con creces. Había visto que los modelos más repetidos eran los de forma de aviador, las monturas de acetato y los cristales de efecto espejo, así que me hice con unas que cumpliesen mis requisitos y me dirigí hacia mi siguiente parada: conseguir una bufanda roja que aportase un toque de color a mi anodino look (entendedme, un chándal gris y una chaqueta larga, negra y de paño puede elevarse mucho con los complementos adecuados). Así pues, ya con mi bufanda al cuello y mis gafas efecto ‘me creo famosa pero no’, estaba más que lista para dejarme embaucar por las mieles de la semana más esperada de la industria de la moda.
© Benny Rotlevy via unsplash
Horas después comenzaba el show por el que había pasado ocho horas de vuelo (para poneros en contexto, los aviones no son precisamente mi medio de transporte favorito), y la verdad es que no pudo haber merecido más la pena. Fue Puma quien dio el pistoletazo de salida a NYFW en el histórico Park Avenue Armory con su "Welcome To The Amazing Mostro Show”. Allí, personalidades como Emily Ratajkowski, Ashley Graham, Becky G, Hari Nef, Palomo Spain o Caleb McLaughlin (entre muchos, muchos otros) se congregaron en el front row para empaparse del mágico mundo que el gigante alemán había imaginado junto al director creativo de PUMA x F1, A$AP Rocky, quien dirigió y protagonizó la campaña de Mostro lanzada justo antes del espectáculo.
Y digo espectáculo porque no puede llamársele de otra forma a un set en el que una montaña rusa, una noria y un tiovivo giraban y se iluminaban mientras los modelos desfilaban con las nuevas propuestas para la próxima temporada. Todo un parque de atracciones pensado para disfrutar como niños de la moda, que para eso está. Al terminar, comenzó el segundo desfile de la noche: los cientos de invitados ataviados con prendas de la marca, cada uno a su estilo, dirigiéndose hacia el after party de rigor. Algo así como una clase magistral de estilo, de street style mejor dicho, de la que tomé buena nota. Lección número 1: los chándales son los nuevos vaqueros. Lección número 2: alíate de todo lo que rece ‘oversize’. Lección número 3: absolutamente cualquier prenda, si la llevas con confianza, puede funcionar. Lección número 4: los 90’s NO se han ido. Y lección 5 y última: en cuestión de moda, nada está prohibido.
© Puma - NY Fashion Week via Getty Images
Puma - NY Fashion Week via Getty Images
Con esta premisa en mente y tras la fiesta, volví a mi hotel con la sensación de haber entrado en un universo paralelo del que no quería salir. Pero todo llega a su fin y, aunque la mañana siguiente la resaca emocional todavía persistía, era hora de volver a casa. Decidí plantarme en el aeropuerto con un total look de Puma (por si así la vuelta a la realidad se hacía un poquito menos dura), y a las 8:00am hora española -el cambio horario hizo de las suyas- mi avión llegaba a la T1 de Barajas con mis maletas, ahora sí ambas llenas, repletas de las nuevas adquisiciones de las que hablaremos en las próximas entregas.
Pero la aventura no terminaba ahí… ni por asomo. Tras pasar por casa para deshacer y volver a preparar el equipaje y darme una de esas merecidísimas duchas interminables, tocó poner rumbo hacia Valladolid: la alfombra roja de los Goya estaba a un par de horas de comenzar. Pero, de eso, hablaremos en otra ocasión. The show must go on.
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